Era una visita que venia postergando, todos me hablaban del Tucumano de los Chocolates, el willy Wonka argento, de Diego Armanini.
Lo conocí gracias al grupo de Buena Morfa, empecé a ver las delicadas creaciones que el hacía. Y dicen que la comida entra por los ojos, en su caso y luego de la experiencia en su atelier, podria decir que los chocolates que hace Diego son la experiencia sensorial más placentera que probe.
Llegas y te atiende él, trabajando, preparando lo que alguna persona afortunada probará en breve.
Te pones a hablar y zas, un “probate esto, recien los terminé, es una trufa con malbec”… y lo probas, y como si fueses el crítico de ratatouille te dispara mil recuerdos, sensaciones, mientras el sigue haciendo su magia.
Seguimos hablando, de Tucuman, de Buenos Aires, y derrepente te dice “chocolate con cristales de sal”, y de vuelta te metes en un viajes de sensaciones, haciendo que los otros chocolates con sal que probaste parescan chocolates de keremese, de kiosco, baratos.
Te muestra como esta haciendo unos bombones con una pasta de gianduia, mientras te ofrece una cucharada de lo que estas viendo.
Y asi sigue tu viaje por el maravilloso mundo de Diego Armanini, uno tras otro van llegando las muestras de talento, de dulce talento, el chocolate te endulza, te seduce, y pensas que podrías quedarte todo el día aca.
El tiempo pasa, Diego tiene que ir a buscar al hijo al jardín, me quiero llevar todo, me termino decidiendo por unas tabletas con sal, unas con almendras y un frasco de crema de avellanas.
Salimos juntos, cada cual va para su lado, yo con mi bolsita de magia, de chocolates, pensado que pronto volveré, que llevaré a mi novia, que recomendaré a todos sus chocolates, para que el mismo conquiste sus almas golosas con su dulce mágia.
La dulce magía de Armanini
